Escritora argentina (1920 – 1999)
He
aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la
lluvia,
lápidas
donde nunca ha resonado el golpe tormentoso
de
la piel del lagarto,
inscripciones
que nadie recorrerá encendiendo la luz
de
alguna lágrima;
arena
sin pisadas en todas las memorias.
Son
los muertos sin flores.
No
nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún
trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus
vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas
su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque
no conocieron ni el sueño ni la paz en los
infames
lechos vendidos por la dicha,
porque
sólo acataron una ley más ardiente que la ávida
gota
de salmuera.
Esa
y no cualquier otra.
Esa
y ninguna otra.
Por
eso es que sus muertes son los exasperados rostros
de
nuestra vida.
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