Y ahora sí, me despido.
No sé cuándo volveré, si vuelvo.
¿Me estarás esperando apoyado en la columna de
aquel viejo edificio donde pasamos muchos días en alerta?
No. El edificio está en ruinas. Yo acá presa
de mi propia empresa y vos recorriendo un camino empedrado muy distante... tanto
que no sé.
Y ahora sí, me despido.
Esa luz tan tenue apenas me distingue. No se
ve. Y yo tampoco.
Puede ser que aquel lugar donde una vez te
miré con unos ojos de deseo y espera, nos encuentre.
Nos tome de la mano, nos lleve.
Y nosotros dejemos que sea así.
Que así sea. ¡Ay! ¿Por qué? Siempre la
pregunta:
¿Por qué?...
… no tomaste aquel café, aquella tarde de
viernes gris. Más gris que tus ojos.
Más gris que el gris de la lluvia en mi
tristeza.
¿Por qué? Me quedé ahí y no corrí.
Ya sé... es mejor así ¿sí?
Más, más y más de esa muerte en tu cara que
anunciaba
que la tarde llegaba a su fin. Al fin.
Más, más y más de esa tierra acumulada en mis
pies que no avanzaban.
Y firme y aferrada y arrasada.
La tarde y yo dentro de ella.
Y el café en el bar ya está frío... tan
frío... amor en despedida.
En ese invierno de mi alma y mi deseo.
Y ahora sí, me despido.