Anochece a
orillas de la vida
y sin luz para
el regreso.
Se miró en el
espejo de la fuente
y vio un rostro
de espanto
y espantoso.
Tan fea su
imagen reflejada
que huyó
olvidándose
de su alma.
Nunca había
visto
expresión más
angustiada
pútrida,
desangrada.
Ya no sin luz,
oscura,
endemoniada y
atávica.
Comprendió por
fin
el secreto
ancestral de la vejez:
llagas,
arrugas, surcos
cincelados con
horror, tan despiadados.
Juró volver y
destruirla
a golpes de
hacha, sin darle tregua.
Casi llegaba.
Se hizo de día.
Amanecía a
orillas de la muerte.