Nunca
encontró su lugar en el mundo. Vagaba sin rumbo buscando ese rincón que fuera
suyo.
Recorrió
mares, montañas, campos, bosques…
Las
ciudades le eran indiferentes. Todas iguales, todas anónimas. Líneas rectas o
curvas, sus calles…
Año
tras año, envejeciendo como el tiempo, ansiaba detener la marcha para descansar
y cosechar lo que creyó que había sembrado. Retazos de su existencia como
caminos, iba dejando atrás.
Jamás
descubrió que el viaje por la vida había sido su refugio, su ancla, su destino…