“Dame un
cigarrillo,
por
favor.”
Dijo con
voz enérgica,
autoritaria.
Yo debía
cumplir
esa
demanda.
Me iba la
vida
en la
respuesta.
Pude haber
dicho
que no.
Que no
tenía,
que en
verdad,
yo no
quería.
Y sin
embargo
mi mano
fue más
rápida y
segura
que mi
mente.
Se lo
alcancé,
sumisa y
miserable.
Nunca más
pude decir
lo que
pensaba.