Miguel Hernández
Escritor español (1910 – 1942)
La cebolla es
escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus
días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y
escarcha
grande y redonda.
En la cuna del
hambre
mi niño estaba.
Con sangre de
cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de
azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a
hilo
sobre su cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la
luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los
ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al
oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace
libre,
me pones alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus
labios
relampaguea.
Es tu risa la
espada
más victoriosa,
vencedor de las
flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis
huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como
nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser
niño;
nunca despiertes.
Triste llevo la
boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan
alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al
origen
de tu carrera!
Al octavo mes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los
besos
serán mañana,
cuando en la
dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes
abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la
doble
luna del pecho.
Él, triste de
cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que
pasa
ni lo que ocurre.