La noche se
sumerge
por nuestros
cuerpos
atrapando su
circulación
viscosa y
asfixiante.
Es de una
oscuridad
pútrida y
absoluta
que resiste y
se relame
por cada
agujero abierto
de nuestras
venas.
Nos perfora,
nos aguijonea
nos clava su
estaca
draculiana y
mortífera
justo en el
lugar exacto
del cerebro.
Y anda de
puerta en puerta.
Imponiendo estrellas…
Anudando
esquinas…
Esquivando
tachos…
Sorprendiendo
infames…
Aventurando
historias…
Desterrando
muertos…
Ilusionando
vagabundos…
Augurando
infiernos…
Persiguiendo
ausentes…
Y siempre sola.
Como una mujer
en cuerpo
de hombre.
Como animal
alumbrando presas.
Como alma en
pena
desnudando
ausencias.
Como flor de
papel que se
pudre de tierra
en un florero.
Y quieta. Y
alucinada.
Haciendo de su
sombra un
hueco en el que
meter un
poco de lluvia
en tiempos de
sequía.
Nada la
sorprende.
Nada la
desconcierta.
Siempre pareja,
atinada.
Siempre igual y
repetida,
consecuente en
su sombra,
sus espejos,
sus miradas.
Y siempre de
noche....
La noche.