Una caricia lo golpea
bruscamente
y todo su cuerpo se sacude
inmóvil y tieso;
devuelve la mirada
sutilmente
con esos ojos vacíos y sin
vida.
Anda escapándole a su sombra
que lo sigue adelante,
guiando el rumbo. No sabe
que en la noche es aún
más cierta su presencia.
Y con gritos sordos, casi
mudos
implora a su conciencia
más respeto. No es prudente
ni atinado confesarse
la verdad de lo mentido.