Escritor nicaragüense (1867 – 1916)
La princesa está triste... ¿Qué
tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca
de fresa,
que ha perdido la risa, que ha
perdido el color.
La princesa está pálida en su silla
de oro,
está mudo el teclado de su clave
sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya
una flor.
El jardín puebla el triunfo de los
pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas
banales,
y vestido de rojo piruetea el
bufón.
La princesa no ríe, la princesa no
siente;
la princesa persigue por el cielo
de Oriente
la libélula vaga de una vaga
ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de
Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza
argentina
para ver de sus ojos la dulzura de
luz?
¿O en el rey de las islas de las
rosas fragantes,
o en el que es soberano de los
claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas
de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca
de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser
mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo
volar;
ir al sol por la escala luminosa de
un rayo,
saludar a los lirios con los versos
de mayo
o perderse en el viento sobre el
trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la
rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón
escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago
de azur.
Y están tristes las flores por la
flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los
nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas
del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos
azules!
Está presa en sus oros, está presa
en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio
real;
el palacio soberbio que vigilan los
guardas,
que custodian cien negros con sus
cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón
colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó
la crisálida!
(La princesa está triste. La
princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un
príncipe existe,
(La princesa está pálida. La
princesa está triste.)
más brillante que el alba, más
hermoso que abril!
-«Calla, calla, princesa -dice el
hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se
encamina,
en el cinto la espada y en la mano
el azor,
el feliz caballero que te adora sin
verte,
y que llega de lejos, vencedor de
la Muerte,
a encenderte los labios con un beso
de amor».