Eran sus primeras vacaciones.
Decidieron ir a la montaña, un lugar que no conocían y que les gustaba a los
dos. Esperaban descansar, caminar tomados de la mano, descubrir senderos
escondidos, contemplar la puesta del sol. Y darse el gusto que no podían en la
gran ciudad: andar a caballo.
La casualidad hizo que se encontraran
con dos hermosos ejemplares que ya estaban viejos para competir en el hipódromo
de la gran ciudad.
Juntos, los cuatro, descubrieron la
belleza de saltar por el precipicio durante el atardecer.