En
las mañanas de verano, el perfume de los jazmines inunda la casa. Es una suave
brisa que lo envuelve todo.
Es
placentero compartir el desayuno cuando el aroma del café recién hecho se funde
con la fragancia que llega desde el jardín.
Pequeños
ramos se reparten en cada habitación y ahora la casa toda se ilumina y se
renueva. Se van abriendo poco a poco y el blanco se hace luz recién nacida.
Y
al caer la noche, esa frescura en flor se torna más intensa y penetrante. Es
protección, tranquilidad. El paisaje se confunde con las estrellas y cubre el
silencio en la glorieta del hogar.