Boca llena de signos de preguntas
como garfios de pirata
que se enganchan
en los dientes
y no salen.
Entonces no pregunto.
Sostengo uno de los ganchos
para acariciar
suavemente mi espalda
en un rito repetido
y ancestral.
Qué placer!
En fin, que no pregunto.
Ahora necesito
dos.
Y entonces puedo trepar
al viejo árbol.
Desde allí,
espero la llegada del tren
que se anuncia a la distancia
no bien el viento se ha detenido.
Salto al tercer vagón.
Y me voy.
Por lo tanto no pregunto.
Me entretengo al tiempo
en enhebrar preguntas
perdón, quiero decir signos
y armo una cadena
resistente y bien cerrada.
Pero, ¿con qué pregunto?
Por fin decido ordenar las cosas.
Acomodo los signos y palabras,
en sucesión lógica y precisa.
Atempero la voz, emito sonidos.
Ya estoy lista.
Te doy mi pregunta.
Y entonces ya te has ido.
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