Escritora argentina (1892 – 1938)
Tu me quieres blanca
Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada
Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.
La loba
Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.
Yo tengo un hijo fruto del amor, de
amor sin ley,
Que no pude ser como las otras,
casta de buey
Con yugo al cuello; ¡libre se eleve
mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la
maleza.
Mirad cómo se ríen y cómo me
señalan
Porque lo digo así: (Las ovejitas
balan
Porque ven que una loba ha entrado
en el corral
Y saben que las lobas vienen del
matorral).
¡Pobrecitas y mansas ovejas del
rebaño!
No temáis a la loba, ella no os
hará daño.
Pero tampoco riáis, que sus dientes
son finos
¡Y en el bosque aprendieron sus
manejos felinos!
No os robará la loba al pastor, no
os inquietéis;
Yo sé que alguien lo dijo y
vosotras lo creéis
Pero sin fundamento, que no sabe
robar
Esa loba; ¡sus dientes son armas de
matar!
Ha entrado en el corral porque sí,
porque gusta
De ver cómo al llegar el rebaño se
asusta,
Y cómo disimula con risas su temor
Bosquejando en el gesto un extraño
escozor…
Id si acaso podéis frente a frente
a la loba
Y robadle el cachorro; no vayáis en
la boba
Conjunción de un rebaño ni llevéis
un pastor…
¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed
el valor!
Ovejitas, mostradme los dientes.
¡Qué pequeños!
No podréis, pobrecitas, caminar sin
los dueños
Por la montaña abrupta, que si el
tigre os acecha
No sabréis defenderos, moriréis en
la brecha.
Yo soy como la loba. Ando sola y me
río
Del rebaño. El sustento me lo gano
y es mío
Donde quiera que sea, que yo tengo
una mano
Que sabe trabajar y un cerebro que
es sano.
La que pueda seguirme que se venga
conmigo.
Pero yo estoy de pie, de frente al
enemigo,
La vida, y no temo su arrebato
fatal
Porque tengo en la mano siempre
pronto un puñal.
El hijo y después yo y después… ¡lo
que sea!
Aquello que me llame más pronto a
la pelea.
A veces la ilusión de un capullo de
amor
Que yo sé malograr antes que se
haga flor.
Yo soy como la loba,
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.
Dolor
Quisiera esta tarde divina de
octubre
Pasear por la orilla lejana del
mar;
Oue la arena de oro, y las aguas
verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta,
quisiera,
Como una romana, para concordar
Con las grandes olas, y las rocas
muertas
Y las anchas playas que ciñen el
mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;
Ver cómo se rompen las olas azules
Contra los granitos y no parpadear
Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;
Pensar que pudieran las frágiles
barcas
Hundirse en las aguas y no
suspirar;
Ver que se adelanta, la garganta al
aire,
El hombre más bello; no desear
amar…
Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a
encontrar;
Y, figura erguida, entre cielo y
playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.
Hombre pequeñito
Hombre pequeñito, hombre pequeñito
Deja a tu canario que quiere saltar
Yo soy el canario, hombre pequeñito
Yo soy el canario, déjame saltar
Estuve en tu jaula, hombre
pequeñito
Hombre pequeñito qué jaula me das
Digo pequeñito porque no me
entiendes
Porque no me entiendes ni me
entenderás
Tampoco te entiendo, pero mientras
tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar
Hombre pequeñito te amé media hora
Te amé media hora, no me pidas más.
Yo en el fondo del mar
En el fondo del mar
hay una casa de cristal.
A una avenida
de madréporas
da.
Un gran pez de oro,
a las cinco,
me viene a saludar.
Me trae
un rojo ramo
de flores de coral.
Duermo en una cama
un poco más azul
que el mar.
Un pulpo
me hace guiños
a través del cristal.
En el bosque verde
que me circunda
—din don… din dan—
se balancean y cantan
las sirenas
de nácar verdemar.
Y sobre mi cabeza
arden, en el crepúsculo,
las erizadas puntas del mar.
Voy a dormir
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía,
acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un
poquito.
Déjame sola: oyes romper los
brotes…
te acuna un pie celeste desde
arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides… Gracias. Ah, un
encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he
salido…
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