domingo, 4 de marzo de 2018

Una historia más…



Y esta es otra historia.
La de aquel que enfundado en una soledad ausente y visceral, sin rastros de presencias y rencores, azotado por el peso infame de años perdidos, traicionados, recorre cada día las mismas calles conocidas, repetidas que se acoplan suavemente a las huellas ya dejadas.

Y es la historia de quien sin remedio ni retorno, sigue buscando en el fino contorno de cada baldosa, algo que algún día dejó.

Camina con los ojos entreabiertos
con su ropa raída
de andar siempre con lo puesto,
de no tener quien le cosa,
de tirarse en la tierra reseca y lastimada,
con su ropa acostumbrada a su
forma y a su piel.
Y en sus pies, las botas
de su combate, gastadas
polvorientas, con las marcas
de lluvias y sequías taladrando
el cuero. El de sus pies.

No lleva nada en la cabeza.  Será por eso que se le ha dibujado un pájaro dormido que por las noches le canta para hacerlo dormir. Y que no sueñe. Porque de eso ya se ha olvidado.

Sus bolsillos están vacíos
de pan
de nostalgias
de alguna carta de amor
de hijos y mujer
de casa
de olor humeante y cotidiano
de sabor a beso recién dado.

Solo le queda su memoria. No quiere perderla. No quiere perder lo único que
no han podido quitarle.
Y es por ella, que cada
día logra recordar
el camino de vuelta
de vuelta al agujero de siempre,
a sus trapos y miserias,
al terraplén del tren
que ya no pasa,
al puente sobre la basura y la tristeza,
a sus paredes de aire y cielo,
a la negrura de su tierra envilecida,
a los olores enterrados que brotan entre
los yuyos descoloridos.

Por eso sale todos los días a caminar para respirar un poco de aire puro,
para robarle los olores a las casas con familia,
para mirar a escondidas como la gente ríe, se ama, goza.

No tiene miedo de llorar; tampoco lo haría, no sabría cómo.
Solo mira, escucha, camina.
Y arroja a su paso
de sus bolsillos vacíos
las migajas de memoria
de abandono
de locura
de agonía
de muerte
que fue juntando en cada viaje
para no olvidar el camino de vuelta.