Escritora nicaragüense - 1948
Estoy viva
como fruta madura
dueña ya de inviernos y veranos,
abuela de los pájaros,
tejedora del viento navegante.
No se ha educado aún mi corazón
y, niña, tiemblo en los
atardeceres,
me deslumbran el verde, las
marimbas
y el ruido de la lluvia
hermanándose con mi húmedo vientre,
cuando todo es más suave y
luminoso.
Crezco y no aprendo a crecer,
no me desilusiono,
ni me vuelvo mujer envuelta en
velos,
descreída de todo, lamentando su
suerte.
No. Con cada día, se me nacen los
ojos del asombro,
de la tierra parida,
el canto de los pueblos,
los brazos del obrero construyendo,
la mujer vendedora con su ramo de
hijos,
los chavalos alegres marchando
hacia el colegio.
Si.
Es verdad que a ratos estoy triste
y salgo a los caminos,
suelta como mi pelo,
y lloro por las cosas más dulces y
más tiernas
y atesoro recuerdos
brotando entre mis huesos
y soy una infinita espiral que se
retuerce
entre lunas y soles,
avanzando en los días,
desenrollando el tiempo
con miedo o desparpajo,
desenvainando estrellas
para subir más alto, más arriba,
dándole caza al aire,
gozándome en el ser que me
sustenta,
en la eterna marea de flujos y
reflujos
que mueve el universo
y que impulsa los giros redondos de
la tierra.
Soy la mujer que piensa.
Algún día
mis ojos
encenderán luciérnagas.
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