Escritor uruguayo (1878 – 1937)
Cierta vez las víboras dieron un
gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los
yacarés y a los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar;
pero siendo el baile a la orilla del río los pescados estaban asomados a la
arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien,
se habían puesto en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros
paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de pescado en todo el cuerpo, y
caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la
orilla del río, los pescados les gritaban haciéndoles burla.
Las ranas se habían perfumado todo
el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un
farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas
eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de
bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una
pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de
tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de
polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran
las víboras de coral, que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, blancas
y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban
vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Solo los flamencos, que entonces
tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y
torcida, solo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca
inteligencia no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos,
y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por
delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los
flamencos se morían de envidia.
Un flamenco dijo entonces:
-Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos
a ponernos medias coloradas,blancas y negras, y las víboras de coral se van a
enamorar de nosotros.
Y levantando todos juntos el vuelo,
cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
-¡Tan-tan! -pegaron con las patas.
-¿Quién es? -respondió el almacenero.
-Somos los flamencos. ¿Tienes
medias coloradas, blancas y negras?
-No, no hay -contestó el
almacenero-. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así.
Los flamencos fueron entonces a
otro almacén.
-¡Tan-tan! ¿Tienes medias
coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestó:
-¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y
negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿Quiénes son?
-Somos los flamencos -respondieron
ellos.
Y el hombre dijo:
-Entonces son con seguridad
flamencos locos.
Fueron a otro almacén.
-¡Tan-tan! ¿Tienes medias
coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó:
-¿De qué color? ¿Coloradas, blancas
y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias
así. ¡Váyanse enseguida!
Y el hombre los echó con la escoba.
Los flamencos recorrieron así todos
los almacenes, y de todas partes los echaban por locos. Entonces un tatú, que
había ido a tomar agua al río, se quiso burlar de los flamencos y les dijo,
haciéndoles un gran saludo:
-¡Buenas noches, señores flamencos!
Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén.
Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal.
Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las
medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las
gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
-¡Buenas noches, lechuza! Venimos a
pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las
víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar
de nosotros.
-¡Con mucho gusto! -respondió la
lechuza-. Esperen un segundo, y vuelvo enseguida.
Y echando a volar, dejó solos a los
flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de
víboras de coral, lindísimos cueros recién sacados a las víboras que la lechuza
había cazado.
-Aquí están las medias -les dijo la
lechuza-. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche,
bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como
ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces
a llorar.
Pero los flamencos, como son tan
tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos
de alegría se pusieron los cueros de las víboras de coral, como medias,
metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos
se fueron volando al baile.
Cuando vieron a los flamencos con
sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar
con ellos, únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las
patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas
medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las
víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado
de ellas se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Las víboras de coral, sobre todo,
estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban
también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la
lengua de las víboras es como la mano de las personas. Pero los flamencos
bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
Las víboras de coral, que
conocieron esto, pidieron enseguida a las ranas sus farolitos, que eran
bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de
cansados.
Efectivamente, un minuto después,
un flamenco, que ya no podía más, tropezó con el cigarro de un yacaré, se
tambaleó y cayó de costado. Enseguida las víboras de coral corrieron con sus
farolitos, y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas
medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
-¡No son medias! -gritaron las
víboras-. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a
nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que
tienen son de víboras de coral!
Al oír esto, los flamencos, llenos
de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan
cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral
se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a
mordiscos las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas, y les
mordían también las patas, para que murieran.
Los flamencos, locos de dolor,
saltaban de un lado para otro, sin que las víboras de coral se desenroscaran de
sus patas. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de media,
las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes
de baile.
Además, las víboras de coral
estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo
menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron.
Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor. Gritaban de dolor,
y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las
víboras. Pasaron días y días y siempre sentían terrible ardor en las patas, y
las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y
ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas
metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y
dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno
vuelven enseguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten
es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no
pueden estirarla.
Esta es la historia de los
flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas.
Todos los pescados saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos,
mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiendo a cuanto
pescadito se acerca demasiado a burlarse de ellos.
Del libro " Cuentos de la selva"
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