lunes, 26 de febrero de 2018

Friedrich Nietzsche… II/V


… ¿Es tan sabio, tan inteligente, tan buen escritor...  O qué?


Él nos dice que no es un monstruo de moral. Es, incluso, una naturaleza antitética de esa especie de hombre venerada hasta ahora como virtuosa.

Preferiría ser un sátiro, incluso un bufón, antes que un santo. La última cosa que él pretendería sería la de mejorar la humanidad. Él no ha venido a establecer nuevos ídolos. Derribar ideales forma parte de su oficio.
Cuando escribe - dice - no habla en él un profeta, uno de esos espantosos híbridos de enfermedad y de voluntad de poder denominados fundadores de religiones. No habla un fanático, no  predica, no se exige fe. No hay nada en él de fundador de una religión; no quiere creyentes, se considera demasiado maligno para creer en él mismo.
Él ha entendido y vivido la filosofía como la búsqueda de todo lo problemático y extraño en el existir, de todo lo proscripto hasta ahora por la moral.
Él se ha descubierto a sí mismo como experto en decadencia, se ha sentido descender hasta lo más profundo. En la enfermedad, en la crueldad y la tortura que significa el dolor, en la falta de vitalidad. Pero se ha descubierto como la antítesis de un decadente. Ha descendido al abismo más profundo y ha vivenciado los valores más sanos y auténticos; ha podido elevarse hacia la plenitud y la vida más rica.
Sintió lo que realmente necesitaba y se puso en sus manos. Era necesario estar sano en el fondo, querer vivir, vivir más. Saborear cada cosa buena, aún las más pequeñas.

Frente a la enfermedad, a la decadencia, opuso una enérgica voluntad de vida e hizo de esto su filosofía. ¡Qué antítesis más profunda con el juicio que los sabios tenían sobre la vida!
Él observó en Sócrates y Platón, síntomas de decadencia. Los consideró como instrumentos de la descomposición griega, como seudogriegos y antigriegos.

Y al verlo así, él se erige en la antítesis. Todo el pensamiento de Sócrates fue un error, toda la moral de perfeccionamiento, aún la moral cristiana ha sido un error. Buscar la luz más viva, la razón a toda costa, la vida clara, fría, prudente, consciente, despojada de instintos y en lucha con ellos no fue más que una enfermedad y en manera alguna, un regreso a la virtud, a la dicha. ¿No es acaso la lucha contra los instintos la fórmula de la decadencia? Felicidad e instintos son idénticos en la vida ascendente.
¿Qué es lo que ocurre cuando todo se ha declarado en anarquía, cuando los instintos quieren erigirse en tiranos? Pues hay que inventar un contratirano que los venza. ¿Y qué es lo que hizo Sócrates? Erigir a la razón en tirano. Y cuando en corto tiempo surja otra cosa que nos tiranice, aparece la razón como libertadora. En este punto ni Sócrates ni sus seguidores están en libertad de ser o no racionales. Les fue forzoso serlo, fue su último remedio.


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